Colonización y violencia
HERENCIAS Y RESISTENCIAS EN EL SIGLO XXI
Por: Tania Chirinos

Hablar de colonización no es mirar solo hacia el pasado, es reconocer que su herencia sigue viva en las estructuras de poder que organizan nuestra sociedad: en la desigualdad económica, en el racismo cotidiano y en la violencia que sufren las mujeres. La colonización fue la imposición de un orden basado en la explotación, el despojo y la negación de las culturas originarias. Para los hombres indígenas significó servidumbre y tributo; para las mujeres, además, abuso sexual, pérdida de derechos y ruptura de su autonomía. Aquel sistema sembró jerarquías que aún sostienen el Perú del siglo XXI.

Los invasores no solo ocuparon territorios, sino también conciencias. Convencidos de la superioridad de su religión y cultura, negaron la humanidad de los pueblos que encontraban. No admitían otras formas de entender la vida, y con la cruz y la espada impusieron su dominio. Así se fundieron el racismo y el patriarcado, creando las bases ideológicas del orden colonial que justificó el saqueo y la opresión. Los debates teológicos sobre la “humanidad de los indios” no fueron más que la máscara moral de una violencia sistemática y organizada.

En ese régimen colonial, las mujeres indígenas padecieron una doble opresión: de clase y de género. Fueron explotadas en los obrajes y haciendas, convertidas en fuerza de trabajo barata y en objeto de dominio sexual por encomenderos, clérigos y soldados. Mientras los hombres eran arrancados para la mita, ellas sostenían la vida, la comunidad y la memoria. Resistieron tejiendo, cultivando, criando, transmitiendo lenguas, saberes y espiritualidades. Allí donde el poder buscó destrucción, ellas sembraron continuidad, dignidad y rebeldía.

El colonialismo, además, buscó borrar la memoria colectiva. Las mujeres, guardianas del conocimiento sobre la tierra, la salud y la crianza, fueron perseguidas y silenciadas. Su maternidad y su palabra quedaron bajo control. De aquellas uniones forzadas nacieron mestizas y mestizos marcados por la violencia, pero también por la fuerza de una cultura que supo sobrevivir. La identidad peruana, presentada tantas veces como armoniosa, es, en verdad, una historia de dolor y de resistencia, de luchas por existir y reinventarse.

Hoy, en el siglo XXI, el colonialismo adopta nuevas formas. El neocolonialismo ya no llega en carabelas, sino en tratados comerciales, transnacionales extractivistas y plataformas digitales que controlan nuestras conciencias. Las mujeres trabajadoras, campesinas, indígenas y populares son las más afectadas por un modelo neoliberal que explota sus cuerpos, precariza su trabajo y destruye sus territorios. Las minas envenenan el agua, las ciudades marginan a las mujeres pobres, los medios masivos reproducen racismo y sexismo. La vieja estructura colonial, patriarcal y capitalista se reinventa para seguir dominando.

Pero también florecen las resistencias. En todo el país, mujeres en toda su diversidad, de los pueblos originarios, afrodescendientes, campesinas, jóvenes y trabajadoras se organizan para defender la vida. Las vemos constituir ollas comunes, marchar, enseñar, crear arte y pensamiento popular. Son herederas de las mujeres que resistieron la colonia, las que nunca se rindieron, las que transformaron el dolor en fuerza colectiva.

Vivimos además una era de vertiginosos cambios científicos y tecnológicos. La inteligencia artificial, la automatización y las redes digitales reconfiguran el mundo del trabajo y de las ideas. Pero bajo el capitalismo, estos avances no liberan: concentran poder, profundizan desigualdades y crean nuevas dependencias. La colonización digital busca someter no solo los recursos naturales, sino también las conciencias. Por eso, la lucha por una ciencia, una educación y una tecnología al servicio de todas y todos es indispensable para construir una vida digna.

Reconocer nuestra historia de colonización no es quedarnos en el dolor, es comprender que la libertad solo se conquista con organización, conciencia y unidad amplia del pueblo. Arraigado en la diversidad cultural y lingüística del Perú podrá derribar las cadenas del racismo, del patriarcado y del capital.

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